sábado, 20 de septiembre de 2014

Los tipos de Misa en la forma extraordinaria

En la forma extraordinaria hay dos clases de Misas, atendiendo al grado de participación de los fieles y la solemnidad con que ésta se celebra: la Misa rezada (Missa lecta) y la Misa cantada (Missa in cantu). Fuera de ella existe la Misa celebrada por un prelado, que puede ser pontifical o prelaticia, cuando se utiliza todo el ceremonial previsto por la Iglesia. 

La Misa rezada

La Misa rezada se caracteriza porque la celebración se realiza sin mayor solemnidad, sin asistencia de diácono y subdiácono, y sin canto del ordinario y el propio. También se la denomina Misa leída, baja, privada, secreta o plana.

En ella los fieles, si los hay, participan interiormente y con los adecuados gestos externos de reverencia hacia el sacrificio de Cristo que el sacerdote renueva sobre el altar. Se unen especialmente mediante la oración que éste eleva en nombre de toda la Iglesia y, en la medida de lo posible, participan también con oraciones o algunos cantos. 

Por esa razón, «el sacerdote que celebra, sobre todo cuando la iglesia es grande y numerosa la asistencia, debe decir en voz alta lo que, según las rúbricas, debe pronunciarse clara voce, de suerte que todos los fieles puedan seguir la acción sagrada cómoda y oportunamente» (Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción De musica sacra et sacra liturgia, de 3 de septiembre de 1958, núm. 34)

Cuando los fieles pueden responder adecuadamente a las oraciones del sacerdote, nos encontramos con una modalidad de Misa rezada que se llama «Misa dialogada», surgida por influjo del Movimiento Litúrgico, actualmente la más extendida y deseable (Instrucción De musica sacra et sacra liturgia, núm. 31). Como mínimo, la Misa dialogada implica que los fieles contesten ordenadamente en latín las respuestas más fáciles (Amen, Et cum spiritu tuo, etcétera) o aquellas que corresponden al que ayuda (oraciones al pie del altar, Confíteor, Dómine non sum dignus, etcétera). 

También es deseable que reciten con el sacerdote ciertas partes del ordinario de la Misa (Kyrie alternado, Gloria, Credo, Sanctus, Pater nóster, Agnus Dei). Donde los fieles tengan mayor formación y los subsidios adecuados (por ejemplo, la ayuda de un misal o de un folleto con idéntica función), la Misa dialogada puede llegar a su máxima expresión cuando todos rezan en voz alta con el sacerdote las antífonas que no son exclusivas de él (Introito, Gradual, Ofertorio y Comunión) y que son propias de cada Misa. Tal es lo que se prevé hoy en las rúbricas para la forma ordinaria.

Los fieles, o un coro, pueden intervenir también con algún canto devocional que no pertenezca al propio del día ni al ordinario de la Misa. Es lo que se llama un motete, que puede ser cantado en latín o en lengua vernácula. Dado que generalmente se forman sobre algunas palabras de la Sagrada Escritura, habrá que cuidar que estos motetes, polifónicos o no, sean acordes al tiempo litúrgico y a la parte de la celebración en que se interpretan.

Estas breves composiciones musicales son adecuadas, por ejemplo, acompañando la entrada (sin sustituir al Introito) o la salida del sacerdote, el ofertorio y la comunión. Sobresalen particularmente las antífonas marianas, también de acorde al tiempo litúrgico.

En principio, en las Misas rezadas, incluida la dialogada, no se usa incienso. Estas celebraciones terminan con unas oraciones finales prescritas en 1884 por el papa León XIII (de ahí su nombre: «preces leoninas») para encomendar la conversión de Rusia, que consisten en tres avemarías, una Salve (a la que se añade un versículo y la oración sacerdotal Deus refugium nostrum et virtus), la oración a San Miguel Arcángel y la triple repetición de una jaculatoria final al Sagrado Corazón de Jesús (agregada por san Pío X). Tanto el sacerdote como los fieles permanecen arrodillados durante su rezo y son recitadas alternadamente. Aunque actualmente estas preces no están prescritas para la forma ordinaria, san Juan Pablo II invitaba a todos a no olvidarlas y a rezarlas «para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo» (Regina Coelis, domingo 24 de abril de 1994), y siguiendo su ejemplo han sido restablecidas o sugeridas en algunas diócesis, como ha ocurrido en Estados Unidos de América (diócesis de Springfield y de Peoria) y Chile (diócesis de San Bernardo).

Según el grado de participación de los fieles, entonces, en las Misas rezadas cabe distinguir al menos cinco tipos de celebración: (i) Misa rezada en la que sólo responde el ayudante; (ii) Misa dialogada donde responden todos los presentes; (iii) Misa dialogada con exhortaciones y lecturas en lengua vernácula hechas por un lector; (iv) Misa rezada con cantos; (v) Misa dialogada con exhortaciones y lecturas en lengua vernácula y cantos.

La Iglesia se preocupa y desea que en cada una de estas formas de celebración la actuosa participatio de los fieles sea lo más intensa posible. Es evidente que no todos esos tipos son igualmente favorables para la plena participación activa, plena y fructífera del Pueblo de Dios que es el ideal de la vida litúrgica, según nos recuerdan la encíclica Mediator Dei de Pío XII (núm. 128), la Constitución Sacrosanctum Concilium (núm. 14) o la exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI (núm. 52). El sacerdote ha de elegir entre todos el que sea más favorable, según las circunstancias en las que se encuentra su parroquia, comunidad religiosa o grupo estable, teniendo siempre presente que «la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana», y no con «referencia a una simple actividad externa durante la celebración» (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatem, núm. 52).

En este sentido, el grado más ínfimo de participación viene representado por la Misa rezada en la que sólo responde el ayudante. Por cierto, esto no significa que, también en este grado, no pueda haber o no haya de hecho una participación verdaderamente fructuosa de los fieles en la liturgia. Existe, ante todo, la posibilidad de que los fieles se asocien lo mejor que puedan a la acción sagrada, al menos con piadosos pensamientos y meditaciones, según sus posibilidades. Aunque se trate de un grado ínfimo desde el punto de vista del ideal de participación activa, también esta forma es legítima y, a su modo, fructuosa. Un grado más alto en la participación en la Misa rezada en este tipo se tiene en los que siguen privadamente, incluso sin responder, las mismas oraciones del sacerdote a través de la traducción que de ellas ofrece el misal de los fieles. Poco a poco, la traducción y las explicaciones ahí contenidas les harán seguir los ritos, para más tarde comprenderlos con frutos.

La misa dialogada admite varios grados, en los que es oportuno introducir sucesivamente al pueblo. Primero exhortándolo a responder: Amen y Et cum spiritu tuo; luego añadiendo también otras respuestas que, de otro modo, debiera hacer el ayudante: las preces al pie del altar con Confíteor incluido, la respuesta al Orate fratres y las aclamaciones al inicio del prefacio; por último, haciéndoles recitar junto con el sacerdote el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei.

Un grado superior de participación litúrgica es la Misa dialogada con exhortaciones y lecturas (epístola y evangelio) hechas en lengua vernácula por un lector, según las normas y las traducciones aprobadas por la Iglesia. Estas exhortaciones deben ser de suma sobriedad y discreción, evitando el peligro de que lleguen a ser una predicación o que distraigan a los fieles en vez de concentrarles en el rito litúrgico, rompiendo los intervalos de silencio indispensables para la oración. Para este efecto, una breve reseña antes de iniciarse la celebración sobre la Misa del día y sus particularidades, o una breve referencia al santo que se conmemora, es más que suficiente. El motu proprio Summorum Pontificum (artículo 6°) y la instrucción Universae Ecclesiae (artículo 26) permiten que en las Misas rezadas las lecturas sean proclamadas directamente en lengua vernácula.

La Misa rezada con cantos en lengua vernácula, o con motetes o cantos gregorianos en latín correspondientes a las diversas partes del sacrificio, es otra forma, todavía mejor, de involucrar a los fieles, porque el gran medio de la participación activa es siempre el canto de toda la asamblea. Estos cantos, por expresa prohibición de la Santa Sede, no pueden ser traducciones literales de los textos latinos que en aquel momento lee el sacerdote en el altar. Sin embargo es posible ir combinando el Kyrie, Gloria, Credo y Agnus Dei con cantos vernáculos y motetes. Es la llamada «Misa solemnizada», porque no incluye el canto del Introito, del Ofertorio o de la Comunión, o de aquellas partes que corresponden al sacerdote en una Misa cantada (oraciones, prefacio, etcétera).

Por último, la Misa dialogada con exhortaciones y lecturas en lengua vulgar y cantos en lengua vulgar ofrece también varios aspectos positivos. El más importante es quizá que puede ser un buen eslabón hacia la Misa cantada, especialmente en algunas parroquias donde paulatinamente se desea reinstaurar la Misa según la forma extraordinaria de manera estable en horario dominical.

La Misa cantada

La Misa cantada (Missae in cantu) es aquella que se celebra con majestuosidad y con todo el aparato de las ceremonias de la Iglesia. Su característica principal es que el sacerdote canta, efectivamente, las partes del formulario que las rúbricas prevén que ha de decir de viva voz (Dominus vobiscum, Oremus, Colecta, Evangelio, prefacio, Pater nóster, postcomunión). Cuando quienes ayudan en la Misa cantada no son ministros sagrados, sino simples monaguillos, nos hallamos ante la Misa cantada en sentido estricto (Missa cantata). Si ella está servida por ministros sagrados (diácono y subdiácono debidamente revestidos y que actúan como tales) se denomina Misa solemne (Missa solemnis). En estos casos, el sacerdote que preside la celebración se llama preste. Si el que oficia en la Misa solemne es un abad, la Misa se llama «abacial»; si un obispo o un prelado, la Misa se llamada «pontifical»; y si el Papa, «papal». En estos casos, la forma de celebrar presenta algunas particularidades adicionales, contenidas en el Pontifical Romano y en el Ceremonial de los obispos.

La nota distintiva más característica de la Misa papal es que en ella hay dos diáconos y dos subdiáconos de oficio, representando el rito griego y latino y cantando la Epístola y el Evangelio en ambos idiomas.

En general, en esta clase de Misas el pueblo debería responder cantando los diálogos con el sacerdote. También puede cantar con el coro, o bien alternar con él, las partes previstas en el ordinario de la Misa (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Sed líbera nos a malo, Agnus Dei). El propio de la Misa se canta también, aunque sea interpretado por una sola o por pocas voces, con un semitonado o salmodiado sencillo.

Respetando estos cantos litúrgicos, que siempre son en latín, se pueden interpretar también otros motetes adecuados, por ejemplo, en la entrada, el Ofertorio, la comunión o la salida. Nótese que, en las Misas dialogadas, el Pater nóster está previsto recitarlo con el sacerdote; pero, en las Misas cantadas, lo entona sólo el sacerdote y los demás se incorporan al final, diciendo «Sed líbera nos a malo» (Instrucción De musica sacra et sacra liturgia, núm. 35). En las Misas cantadas está previsto también que el canto recubra algunas de las oraciones del sacerdote que son más devocionales o que, precisamente por ser más sagradas, recita en silencio.

En las simples Misas cantadas siempre se puede utilizar incienso, sin que sea precisa ninguna otra razón especial. En las demás Misas con canto (Misa solemne y pontifical), el incienso es preceptivo.

Después de la Misa cantada (Missae in cantu) nunca se recitan las preces leoninas. Por su parte, en las Misas rezadas estas oraciones se pueden omitir cuando ha habido homilía o cuando a la Misa siga alguna otra función o ejercicio piadoso, y también en las misas dialogadas que se celebran en domingo o en otro día festivo (Sagrada Congregación de ritos, decreto de 9 de marzo de 1960).

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