miércoles, 2 de diciembre de 2015

El enriquecimiento de la vida litúrgica de una parroquia popular

El sitio Germinans germinabit ha publicado un texto del Rvdo. Francesc Espinar i Comas acerca de cuestiones litúrgicas y pastorales en la vida de una parroquia popular barcelonesa, que bien conviene compartir. 

Especialmente destacable es la introducción por el párroco de la liturgia tradicional en la parroquia, haciendo para ello uso del motu proprio Summorum Pontificum, de Benedicto XVI, así como de una celebración más digna de la Misa de Pablo VI, incluyendo su celebración según la orientación tradicional hacia el oriente. La positiva reacción de los fieles es una muestra más del carácter infundado de las reticencias expresadas por algunos, quienes, en una actitud paternalista muy cuestionable, creen al Pueblo de Dios incapaz de comprender el celo de un sacerdote por rendir un culto más digno al Altísimo. Este sacerdote en las periferias nos demuestra que basta solamente paciencia, prudencia y una adecuada catequesis.

 Exterior de la parroquia de San Juan Bautista de Santa Coloma y su párroco.
 
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Una de las mayores riquezas que un sacerdote puede transmitir después de casi 27 años de sacerdocio, es compartir con sencillez y humildad todas aquellas vivencias que han ido alimentando su ministerio pastoral. He dudado mucho a la hora de redactar esta memoria, que otra cosa no es, y de publicarla en esta página. Juzgando que indiscutiblemente “Gérminans” es una de las páginas eclesiales más visitadas y leídas, no sólo en nuestra diócesis de Barcelona, sino en toda España, las dudas se disiparon.
El ámbito de mi explanación en esta ocasión es poner a disposición de todos los sacerdotes y el laicado, el resultado de trece largos años de renovación litúrgica en mi parroquia; pero más en concreto la de los últimos ocho: es decir, desde la publicación y la entrada en vigor en el año 2007 del Motu Proprio “Summorum Pontificum” y de la carta anexa enviada a todo el episcopado por el entonces papa Benedicto XVI.
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La parroquia de Sant Joan Baptista en el barrio del Fondo de Santa Coloma de Gramenet fue erigida canónicamente hace justo 50 años; y el humildísimo templo se abrió al culto en marzo de 1967. Su fundador, Mn. Jaume Sayrach aplicó desde el inicio de su ministerio como párroco una vertiente muy recurrida en aquellos años posconciliares en nuestra archidiócesis: el minimalismo litúrgico, tanto estético como formal. La sencilla nave de la iglesia se encontraba presidida por la imagen de talla  de “Cristo Majestad” del escultor Josep Ricart Maymir, que en 1962 había recibido el Premio Nacional de Arte Religioso. Esta talla, que hoy preside la vecina parroquia de Santa Rosa en la misma ciudad,  y una gran mensa de madera noble que fungió de altar eran el único atrezzo y ornato litúrgico de la parroquia. Una simplicísima casulla blanca, sin ningún bordado ni galón, que era la de su primera misa, y que sólo utilizó aquel día de la inauguración (que no consagración del templo) constituían el “arredo” litúrgico. Posteriormente todas las celebraciones fueron llevadas a cabo con estolas de lana o algodón sobre el pantalón y camisa con los que vestía habitualmente. 

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Esta tónica acompañó, grosso modo, la liturgia en la parroquia hasta la llegada en el año 1992 de mi malogrado predecesor, Mn. Antonio Rubio, que falleció hace apenas un año. Éste, desde el primer día de su toma de posesión, asentó las normas litúrgicas del misal de 1970 de Pablo VI y fue embelleciendo la iglesia no sólo con imágenes donadas por religiosas amigas, sino que colocó con absoluta centralidad, el hermoso sagrario que aún hoy en día preside la nave, hasta entonces inexistente. Mi llegada en septiembre de 2002 fue de absoluto carácter continuista con el legado de Mn. Rubio que, dicho sea de paso, llenó de fieles hasta rebosar la parroquia, con múltiples y fecundas iniciativas pastorales. Cabe destacar entre ellas, la abolición de las absoluciones colectivas en la celebración del sacramento de la Reconciliación y la compra del actual confesionario. No se puede obviar en absoluto la valiente introducción de la procesión de Corpus Christi por las calles del barrio, de la que fue precursor y que cada año reúne a fieles de toda la ciudad, en hermoso homenaje a Cristo Eucaristía.

El 14 septiembre del año 2007, y tras la entrada en vigor del Motu Proprio, empecé a celebrar la santa misa de manera privada, todos los lunes a primera hora de la mañana, con el misal de 1962: una forma en que jamás había celebrado, aunque la conocía a nivel de mera erudición por la historia de la liturgia en la que fui formado. Era mi día libre, y en la parroquia no había celebración eucarística. Lo hacía saltuaria y aleatoriamente en alguna ermita que solía visitar en mi día de asueto. Lo comuniqué a los fieles. Durante las primeras semanas acudían entre tres o cuatro fieles, algunos de ellos con los misales que con cariño habían custodiado desde su juventud. Generalmente personas de una cierta edad. Poco a poco se fue nutriendo de más fieles hasta un número de diez o quince que me reiteraron tanto la belleza de la celebración como la incomodidad del horario. Un lunes a las ocho de la mañana ciertamente no era la hora ideal para una gran afluencia de fieles. Mi respuesta fue que si era su deseo que la misa se introdujera en horario habitual, era necesario constituir un grupo estable de fieles que declaradamente y por escrito así me lo requiriera. 


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Soy licenciado en Derecho Canónico por la P.U. Lateranense y la única cosa para lo que eso me ha servido es para dotarme de una diáfana mentalidad jurídica. Nada al margen de la ley canónica. Sin titubeo se constituyó el Coetus Fidelium estable requerido, y la misa pasó a ser celebrada todos los jueves después de la semanal Hora Santa Eucarística y Sacerdotal, que instituí desde mi arribo como párroco. Poco a poco, y con la debida catequesis litúrgica y el acompañamiento de los tan socorridos e indispensables misales latín-castellano, la asistencia de los fieles aumentó vertiginosamente. Y sin hacer jamás publicidad alguna fuera de los límites de mi jurisdicción parroquial. El altar de madera, al ser móvil, en tan sólo dos minutos era colocado y recolocado para celebrar coram populo con el Novus Ordoad orientem con el Vetus. Hasta que llegó la hora de dar un paso más. Habían pasado casi dos años desde el inicio ad experimentum de la estricta aplicación del Motu Proprio, los jueves, sólo los jueves. El altar me parecía pobre. Una sencilla tabla de madera en su parte anterior, a manera de antipendio, pintada expresamente a tal fin, por un buen amigo sacerdote, con motivos litúrgicos paleocristianos, tan a gusto del recto Movimiento Litúrgico y mío, enriqueció la mensa. Un ara litúrgica, no profanada, que hallé en una desvencijada sacristía y obsequiada gratamente por otro amigo sacerdote, fue colocada encima de la mensa. Faltaba un sencillo detalle como broche final. Me inventé una inscripción frontal para el reformado altar: Hanc aram et mensam populi pietas dicavit.(La piedad del pueblo cristiano ha dedicado esta mesa y ara). ¿Alguna verdad mayor? Las letras me las confeccionó, casi a precio de coste, el marmolista del Cementerio Municipal del cual soy capellán hace casi 20 años. En acero inoxidable, como la de las lápidas funerarias que realiza. Había oficiado hacía poco las exequias  de su hijo de 28 años y tras colocarlas en el reformado altar, le obsequié con la celebración de la misa en su sufragio. Las emotivas lágrimas no faltaron. En ambos.  Otra cosa no es la fe y la piedad cristianas.
Y había llegado la hora de explicar a mi feligresía el arrumbe casi definitivo del altar ad orientem  para todas las celebraciones. Tanto para el Novus Ordo como para la misa tradicional. Empleé dos meses para ello. Recibiendo sólo elogios y poquísimas expresiones de desagrado. Todas ellas educadas y comprensivas con mi deseo. Entendían que aunque se había generalizado la misa coram populo en la reforma posconciliar, la orientación tradicional no estaba prohibida. Pero de ahí a consolidarla en nuestra parroquia había un trecho. La estocada, aturdidora, llegó de boca de un feligrés, Paco Carrasco, de origen cordobés, cantero en la Pedrera de Santa Quiteria en Vilanova del Vallès. El mismo que labró con fe y amor la pila bautismal parroquial en granito de “ull de serp” (pulido blanco y negro con punteado gris) , a un mes apenas de mi llegada como párroco. “Sólo una cosa –don Francisco-  dijo en pie y con voz clara y serena: Si usted está mejor celebrando así la misa, también nosotros estaremos mejor. Si a usted le aprovecha, a nosotros también nos aprovechará” Y un estallido de aplausos ensordecedor de todos los fieles llenó el templo. Vox populi, vox Dei. Aún hoy en día, y ahora al escribirlo, se me anegan los ojos en lágrimas. Fe sencilla del pueblo cristiano  y confianza en los sacerdotes que se esfuerzan en dar la vida por su rebaño. Con flaquezas, con errores, pero cumpliendo en conciencia la responsabilidad ministerial recibida.
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Sin embargo, tal cambio estructural no es obstáculo para que todos los sacerdotes que generosamente en mi ausencia celebran en la parroquia, lo hagan con el altar coram populo, evitándoles la lógica incomodidad que les supondría algo a lo que no están acostumbrados. Obispos y Vicarios Episcopales en la administración del Sacramento de la Confirmación incluidos.
Con ocasión de mis Bodas de Plata sacerdotales, en el año 2014, di gracias por todo ello a la Madre de Dios, celebrando en el Camarín de la Virgen de Montserrat, con absoluta libertad y gratitud hacia el Monasterio que un par de años antes puso a disposición de los “Jóvenes de San José” el Altar Mayor Conventual para la celebración de la Misa Solemne según la forma extraordinaria del rito romano, de la cual fui celebrante principal. No recuerdo mayor emoción en los últimos tiempos que aquel día al romper el silencio de la Basílica montserratina rebosante de fieles con las notas gregorianas de las declamaciones latinas litúrgicas con mi casi entrecortada voz. Más si cabe, porque celebré la misa en sufragio del también malogrado Mn. Jordi Moya, al que tuve el honor de enseñarle las rubricas litúrgicas del misal de Juan XXIII  con el que tan fervorosamente  él celebraba a menudo. Desde el primer día que empezó a celebrarla me reiteró su convicción de que las dos formas del rito romano se enriquecían mutuamente y lo enriquecían sacerdotalmente. Más si cabe, cuando contemplaba, como yo mismo he contemplado, que los fieles que asisten no lo hacen con espíritu sectario o de parte, excluyendo una u otra, sino viviéndolas con la mayor normalidad y madurez. ¡Regalos de Benedicto XVI renovados con paternal solicitud por el Papa Francisco que rechazó, con su argentinidad , toda insidiosa solicitud de revocar el Motu Proprio de su amado predecesor! ¡Todos son mis hijos, todos son hijos de la Iglesia!, espetó a un grupo de obispos, digamos que litúrgicamente malévolos. Quiero ser indulgente con ellos.



Y el camino continúa, lenta pero progresivamente. En este último año, y debido a mi mayor disponibilidad horaria con mi ministerio en el Tanatorio Municipal, he introducido la celebración dominical de la Misa cantada a las 10 de la mañana. Contando para ello con un pequeña Schola Cantorum, tan sólo siete miembros, todos ellos de la parroquia, que ensayan e interpretan con equilibrada armonía todo el ordinario de la misa. Uno había sido bachiller en La Conreria, el entonces Seminario Menor de nuestra archidiócesis, otro estudiante filósofo en nuestro Seminario Mayor; los otros cuatro, monaguillos en Soria, Salamanca, Valencia y Murcia. Rosita, la única componente femenina, lejos de distorsionar el conjunto, aporta una nota característica especialmente en los cantos populares que también se interpretan durante la comunión de los más de cien fieles que asisten habitualmente con notoria asiduidad.  Y cantamos cinco misas del Kyriale romano: la Orbis Factor para los domingos, digamos ordinarios, la XVII propia de Adviento y Cuaresma, la Lux et Origo para el tiempo pascual, la de Angelis para las otras festividades, y por supuesto la misa Pro defunctis, en boca de Pablo VI, la más hermosa  quizás de todo el repertorio gregoriano. Otro auténtico regalo de la Providencia, junto a un jovencísimo organista de tan solo 22 años que cada domingo se desplaza desde el centro de Barcelona donde reside y trabaja como camarero hasta altas horas de la noche. Es el único al que puedo, deseo y me es grato retribuir económicamente. Aunque sea de manera precaria. Todos ellos gratis et amore Dei.


Deseaba, estimados amigos lectores de esta página digital, hacerles partícipes de todo ello. Muchos son los que en nuestras latitudes creen que todo ello forma parte de la devoción personal de cuatro curas rancios, de ocho vejestorios desfasados o de un puñado de excéntricos sólo tolerables. Rotundamente no. Y la experiencia, tanto en mi parroquia como la que en  calidad de consiliario del escultismo católico catalán en mis frecuentes visitas a la vecina Francia he atesorado, lo atestiguan: son los jóvenes principalmente los que más solicitan y disfrutan  de la liturgia romana en ambas formas rituales. Ambas plenamente vigentes hoy en día como tesoro espiritual inagotable de la única Iglesia de Cristo. En plena experiencia de comunión con la tradición, con el pasado, el presente y el futuro de esa Iglesia, siempre pueblo de Dios en marcha, antes, durante y después del Concilio. 

Junto al agradecimiento a Gérminans por la publicación de este testimonio, y a los lectores por la paciencia en la prolongada lectura de este artículo, una expresa petición: no desearía que nadie vertiera, especialmente sobre las personas a las que he podido hacer referencia, exabruptos en sus comentarios, que empañaran el espíritu de sencilla cordialidad con que he hecho memoria de todo este recorrido de pastoral litúrgica. Desdeciría mi propósito que no es otro que también enriquecerles, como creo que he enriquecido a esta pobre parroquia de periferia, de la cual soy, por la gracia de Dios y confianza de los cardenales Carles, que Dios tenga en su gloria,  y Mártinez Sistach, cercana ya su merecida jubilación, guía y pastor. Soli Deo honor et gloria.

Rvdo. Francesc M. Espinar i Comas

Cura Párroco del Fondo de Santa Coloma



Nota de la Redacción: Las fotos están tomadas del artículo original. Leyendas: 1) Sacerdotes de Santa Coloma en los '60-'70 (Sayrach el 3° por la izquierda) 2) Nave de la parroquia 3) Confirmaciones en junio de 2015 por Mons. Taltavull 4) Santa Misa en el Camarín de la Patrona de Cataluña 5) El único altar de la parroquia en ambas disposiciones: coram populo y ad Orientem 6) Preparando el grupo de Caramellas para la procesión pascual del Encuentro.


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Actualización [7 de agosto de 2018]: Messa in latino ha publicado un artículo sobre los frutos que rinde la buena liturgia. Por ejemplo, en una parroquia italiana el párroco suprimió las monaguillas hace diez años y se dedicó a dar formación a los chicos que cumplen ese oficio. El resultado es que tres de ellos ya han entrado al seminario para formarse como sacerdotes. 

Actualización [25 de junio de 2019]: El Rvdo. Francesc M. Espinar i Comas, autor de la crónica reproducida en esta entrada, ha publicado un recomendable artículo en Germinans germinabit dedicado a la malvada leyenda negra que se cierne sobre la Misa tradicional, recordando la intensa vida litúrgica que existía en una parroquia de un barrio entonces periférico-marginal de Barcelona: la de Santa Engracia en Les Roquetes (distrito de Nou Barris), creada en 1929 y donde el autor asistía durante su niñez y juventud. Aunque el Rvdo. Espinar parece inclinarse por las Misas dialogadas, donde "toda la asamblea escuchaba nítidamente la voz del sacerdote y respondía al unísono", conviene recordar que tanto la Misa rezada propiamente tal como la Misa dialogada son formas lícitas de celebración (véase aquí y aquí). 

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